domingo, 27 de junio de 2010


Las curiosidades de las botellas de vino las podemos relacionar en color, forma y capacidad, todas estas tienen su razón de ser.

El color: Verde que te quiero verde.

Las botellas no deben ser transparentes ya que una de las principales características es que el color del vidrio es intentar de proteger el vino de la luz solar, aunque también es verdad que, actualmente, el marketing tiene gran importancia también en la elección y selección del color de las botellas.

El material más empleado en la elaboración de las botellas de vino es el vidrio, material este muy resistente a la acción de microorganismos es fácil de higienizar y el idóneo para conseguir la forma, tonalidad y volumen.
En vidrio verde el vino evolucionará de manera más lenta
que lo haría en vidrio transparente, ya que la capacidad del vidrio verde para repeler diferentes radiaciones de la luz es muy superior a la del incoloro.

Fue la casualidad la que acabó derivando en la coloración del vidrio dispuesto para embotellar el vino. Los primeros vidrios eran ambarinos porque las materias primas que utilizaban los sopladores venían cargadas de impurezas, por lo que habían de recurrir a elementos purificantes como el manganeso, que arrojaban tonalidades oscuras al producto final.

Marketing y funcionalidad van de la mano, muchos vinos blancos, rosados y dulces recurren al uso de vidrio incoloro donde el poder apreciar la mercancía que preservan facilita las ventas, y la incidencia de la luz solar no se considera tan relevante, al ser productos de rápido (al menos en teoría) consumo. Ahondando un poco más en el marketing y el color de la botella de vino, en la actualidad, además del ámbar, amarillo y verde se recurre a otro tipo de tonalidades, desde la zahína totalmente opaca de la botella jerezana (posiblemente la más apropiada) hasta el vívido azul utilizado por el Mar de Frades para guarecer sus caldos. Es más, últimamente, el color verde comienza a usarse cada vez menos (aunque aún continúa siendo mayoritario) porque se considera que la botella, al ser consumida e ir bajando de nivel, va reflejando ese consumo de forma excesivamente gráfica y no resulta atractivo.

Curvas y formas: Algunas curvas son peligrosas.
Como seguramente se habrán dado cuenta, no todas las botellas de vino tienen la misma forma.
Una vez consolidados los diferentes estilos de vino, las principales zonas de elaboración optaron por diseñar un continente que las definiera y caracterizara. Así, la botella de vino, que inicialmente siempre había tenido una forma ancha y aplastada, pasó a presentar heterogéneas líneas en función de la zona de la que provinieran, eso sí, manteniendo unas formas redondeadas, sin aristas, porque, en opinión de los que entienden, el vino evoluciona de manera más favorable en ausencia de esquinas, aparte de ser mucho más fácil su elaboración y facilitar una posterior limpieza para su reutilización.

Por ejemplo, en Burdeos, la botella utilizada es cilíndrica, con prominentes hombros donde se apoyarán los posos del vino, en el caso de que los presentara, antes de acceder a la copa. La botella bordelesa (que así comenzó a denominarse) es la más utilizada en la actualidad.

Sin salir del mismo país, la Borgoña propiciaba la utilización de un tipo de botella diferente, más ancha en la base que se va estrechando hasta el cuello, sin la presencia de hombros. La botella Borgoñona tiene algo especial, al menos para mí, me atrae de una manera mucho más intensa que lo hace la bordelesa.

Si famosas son las botellas bordelesa y borgoñona, no lo es menos la botella utilizada en la Alsacia y el Rhin para contener sus famosos vinos. Más estilizada y larga que las anteriores, parece idónea para guarecer los excelentes riesling y gewúrztraminer alsacianos y renanos.

Los tres principales tipos de botellas podemos verlos ampliamente utilizados en cualquier país y zona vitivinícola, pero, sin un motivo claro que lo avale, asocio la utilización de una botella alsaciana con los blancos albariños, la botella bordelesa con Ribera de Duero y la borgoñona con los clásicos vinos de guarda de la Rioja, y con los no menos clásicos catalanes.

Hablando de Cataluña, la botella de cava (también la del champagne, lógicamente) suele ser más gruesa y pesada para que soporte mejor la presión que el burbujeante líquido ejerce sobre ella, es el mismo motivo por el que la base aparece con una hendidura hacía el interior mucho más marcada que las botellas convencionales, ya que con una mayor superficie, la presión soportada se distribuye proporcionalmente y por tanto presenta una mayor resistencia.

En la actualidad la variedad de botellas a utilizar ha aumentado de la misma manera que lo han hecho las técnicas de marketing y de ventas, existiendo en el mercado variedad de contenedores de vidrio con versátiles formas que tienen la intención de resaltar su imagen sobre la del resto de la competencia, eso propicia la aparición de interesantes (o no) variaciones de las formas clásicas. Por cierto, el principal aporte español es la botella jerezana, estilosa botella parecida a la bordelesa pero con la base más estrecha que los hombros.

El tamaño: Aunque sea un tópico, el tamaño importa.
Si lo desconocen sepan que el vino evoluciona de manera diferente cuanto mayor sea la capacidad de la botella donde descansa. La evolución será mucho más rápida cuanto menor el tamaño de la botella. Esto es así hasta un determinado volumen, a partir del cual, el vino evoluciona de manera idéntica. El tamaño considerado estándar es el de 75 cl. Se dice que esos 75 cl obedecen a la capacidad pulmonar de una persona, en la época en la que la fabricación de vidrio se hacía por soplado, de manera artesanal.
Pero la gama de tamaños hoy también ha tomado evolución, principalmente por que los buenos caldos en tamaños de menor capacidad son más asequibles. La botella de 37,5 cl y de medio litro son cada vez más empleadas y solicitadas. Los más habituales podrían ser:
Magnum, equivale a 2 botellas (1, 5 litros). Es la que asegura unas mejores condiciones de evolución del vino que guardan. En línea ascendente la seguiría la Jeroboam, de capacidad de cuatro botellas estándar (3 litros). Tras ella, la Rehoboam con un volumen idéntico al de 6 botellas estándar (4,5 litros). y detrás la Mathusalem (6 litros, 8 botellas), la Salmanazar (9 litros, 12 botellas), la Baltasar (12 litros, 16 botellas), la Nabucodonosor (15 litros, 20 botellas), la Solomón (20 litros, 28 botellas) y la Primat (27 litros, 36 botellas).
La utilización de pomposos nombres judíos, hebreos, bíblicos y babilónicos utilizados para bautizar tan peculiares botellas obedece a la intención que desde tierras francesas se buscaba de asociar glamour con vino
(Fotografías bajadas de internet, no son propiedad del autor)

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